Reflexiono una vez más sobre un tema, sobre el que estoy segura de haber escrito ya, pero como la vida nos pone una y otra vez delante de esas situaciones sobre las que aún tenemos algo que aprender, imagino que a vosotr@s como a mí, os vendrá bien refrescar alguna estrategia para la próxima vez que nos pongamos malit@s 😉
La situación es la siguiente: tienes en perspectiva unas semanas intensas, mucho trabajo previsto, planes personales ilusionantes y algún viajecito, para que no nos falte de nada y de repente te pones enferm@. No sé tú, pero yo lo suelo vivir como una especie de “maldición bíblica”… acompañada de esos pensamientos victimistas recurrentes: “¡vaya por Dios!, con todo lo que tengo que hacer, con la ilusión que me hacía esto y ahora voy a estar hecha unos zorros”. Esta forma de vivirlo hace que además de encontrarme físicamente mal, me sienta mentalmente perjudicada: ansiosa, culpable por cancelar mis citas, enfadada con el mundo por no ser tan considerado conmigo como yo ESPERO y conmigo misma por no haberme cuidado mejor… Me sigues ¿no?
Haciendo un trabajo de reestructuración de esos pensamientos, he llegado a otros más adaptativos que comparto contigo:
- Mi cuerpo es mi amigo y sabe mejor que yo cuando necesita parar. Lo único que puedo hacer es dejar que se exprese y escucharlo, permanecer en contacto con él y ACEPTARLO.
- Ponerme nerviosa, tratar de forzarlo, sentirme culpable por tener que aplazar mis citas personales y profesionales, no solo no aporta nada, sino que empeora el problema.
- La enfermedad es una buena oportunidad para trabajar en la creencia: “no es profesional ponerse enfermo”. Lo que no es profesional, es ir a trabajar cuando uno no está en condiciones, ofreciendo un peor servicio, contagiando a la gente y alargando el proceso de recuperación. Además, tampoco hay que creerse tan importante ni tan imprescindible, el mundo va a seguir girando aunque tú estés enferm@.
- Ocuparse uno de uno mismo, atenderse, estar en contacto con lo que se necesita en cada momento, pedir ayuda, es responsable. Yo decido en cada momento, no tengo que pedir permiso a nadie.
- Forzar la máquina, puede pasar una factura más cara, que parar unos días. Es mejor no reincorporarme al ritmo normal, hasta que no hayan pasado al menos 24 – 48 horas de ausencia de enfermedad.
- Con nuestro ejemplo, podemos inspirar a otras personas a hacer una gestión más sana de su enfermedad.
- Elijo conscientemente vivir estos procesos de una forma más natural y salirme de esta rueda artificial que impera en la cultura occidental: “trabaja hasta reventar”.
- Escucho a mi cuerpo y voy parando, cambiando de actividad, según lo que veo que necesito en cada momento.
A propósito de actividades, comparto también algunas que se me han ocurrido para esos días de pausa: estiramientos, radio, cantar, lectura ligera, escribir, pasatiempos ligeros, meditar, baile suave, música, ordenar algo pequeño, ir muy despacio, limpiar algo sencillo, un baño relajante, arreglarme, cocinar algo sencillo y nutritivo, limitar las noticias y las redes sociales, ver algo divertido, repetir mantras como: “pronto estaré mejor”, “mi cuerpo se está expresando”… La idea es probar estas actividades, y si una no funciona en un momento dado, pasar a otra.
Me doy cuenta de que la enfermedad es como las emociones, viene cuando tiene información importante para nosotros, así que lo mejor que podemos hacer es acogerla, escucharla, dejar que se exprese y empezar a programar los cambios que nos vaya indicando… 😉 Por tanto, en vez de temerla, ¡¡ama la enfermedad!!
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Buenas noches Lola, qué oportuno leer tu post, en vista de que te leo desde la cafetería de una clínica de rehabilitación. Comparto tu visión de la enfermedad como mensaje codificado que nuestro cuerpo comparte con nosotros, cuyo contenido no siempre resulta fácil de descifrar. Hay que hacer un trabajo de reflexión que puede llevarte a conclusiones duras que quizás rechazaremos en primer instancia, y que van más allá del «no soy imprescindible» o alejarse del posicionamiento «trabajar hasta reventar». Pero en nuestra cultura de la productividad y del éxito asociado a una ventajosa transacción mercantil, en la que recibimos dinero a cambio de pedazos de nuestra vida, apenas hay motivación para un replanteamiento en profundidad del significado del trabajo y de su posible efecto pernicioso en nuestras vidas. Curiosamente se ha asociado el trabajo duro a la cultura oriental … llamamos «trabajo de chinos» a trabajos que requieren paciencia, dedicación, repetición. En la cultura orienral de los resultados a largo plazo se beneficia la comunidad. El occidental, cortoplacista y narcisista, no entiende el trabajo en común, los colegas compiten entre ellos, la senioridad carece de significado, y gerentes carentes de ética usan burdamente el palo y la zanahoria con sus desorientados empleados. Y finalmente … por qué debe ser el trabajo una mercancía? Qué significado tiene la existencia de un mercado laboral? Por qué pese a la robotización y automatización trabajamos más y bajo mayor control, en lugar de gozar de más tiempo libre y mayor autonomía y creatividad?
Hola Xavi. Vaya! Lamento haber tenido tanta puntería. Gracias por ampliar el post con tu reflexión. Yo también creo que dentro de cada enfermedad, como dentro de cada emoción y de cada crisis en nuestra vida, hay un mensaje para nosotros, que como tú dices, requiere valentía para ser desentrañado. Así que, aunque sea difícil, puede merecer la pena ponerse manos a la obra cuanto antes, porque ya sabemos que la vida nos lo volverá a poner una y otra vez delante de las narices, hasta que HAGAMOS algo con ello… Muchas gracias y ponte bueno pronto!