¿Te has dado cuenta de que aprendemos constantemente? Desde el primero hasta el último de nuestros días estamos experimentando aprendizajes permanentes influidos por la familia en la que nacemos, los profesores que tenemos, los amigos que hacemos, los jefes que nos dirigen, la ciudad en la que crecemos… Hay un montón de personas y factores que influyen en esos aprendizajes.
Muchos de esos saberes vienen a nuestra vida a sumar, nos recuerdan que somos valiosos, que tenemos determinadas capacidades que nos ayudan en nuestro trabajo o que somos “queribles” por nuestro entorno, por citar algún ejemplo. Algunos otros sin embargo están restando nuestras capacidades: es posible que aprendiésemos que no merecíamos recibir recompensas, o que teníamos una libertad limitada, o que éramos torpes en matemáticas, por seguir con los ejemplos.
Sea lo que sea, hoy quiero invitarte a utilizar este junio de 2015 para poner atención y detectar cuales son esos aprendizajes que te están limitando. ¿Y cómo se detecta eso? Te preguntarás. Y yo te contesto recordándote unas valiosas señales de las que hace bastante tiempo que no hablo, por cierto: tus emociones. Cada vez que sientas miedo, enfado o tristeza, por centrarnos en 3 emociones básicas importantes, tómate un rato (o apúntatelas para más tarde) para revisar: ¿de dónde viene esta emoción? ¿Con qué aprendizajes puede estar relacionada? ¿Es un nuevo aprendizaje o es añejo? ¿Cómo puedo desafiar esta creencia, este aprendizaje, desde la óptica de la persona que soy ahora, con mis recursos actuales – algunos son muyyyyyyyyyyyyyyy antiguos, y siguen ahí porque no nos hemos parado a desafiarlos -?
Te propongo que lo veamos con un ejemplo. Imagina que un compañero del trabajo hace una petición de forma asertiva a vuestro jefe y él concede sin mayores inconvenientes esa solicitud a tu compañero. Tú sientes un poco de rabia, te sientes molesta y te tomas un rato para pensarlo.
Al hacerlo, te das cuenta de que el aprendizaje que está detrás es algo así como “yo no merezco que se atiendan mis demandas” (por eso reacciono así cuando otros consiguen aquello que yo no me permito). Tal vez creciste en una familia poco sensible a tus necesidades, y aprendiste erróneamente que no eras tan merecedor como los demás de satisfacer tus necesidades afectivas y materiales.
La buena noticia es que ya no eres aquella niña, ahora eres una persona adulta responsable de proveerse de lo que necesite, de pedir lo que haga falta para satisfacer sus necesidades. ¿Te das cuenta? Echa un vistazo a tu vida actual: ¿cuántas cosas pides cada día? ¿Con cuántos premios te regalas? ¿Cuántas evidencias puedes encontrar de que eres merecedora de muchas cosas? Pues soy capaz de ver, por ejemplo, que soy profesionalmente respetada por mis compañeros, que hay muchas personas en mi entorno afectivo que me regalan su cariño, consigo ganarme la vida con mi trabajo, cuando el cajero se equivoca dándome las vueltas soy capaz de expresarlo, si mi pareja se comporta de forma poco solidaria, soy capaz de hacer una petición asertiva… A la luz de estas evidencias, puedo concluir que en contra de lo que yo aprendí siendo niña, merezco y soy capaz de satisfacer mis necesidades y demandas.
¿Entiendes ahora cómo funciona esto de desaprender? Te propongo este mes de junio para empezar a dar pasitos por esta maravillosa senda del desaprendizaje y si tienes alguna pregunta, recuerda que estoy encantada de apoyarte.
Salu2 y besos desde Múnich con amor
Me encanta aprender cosas nuevas pero me doy cuenta de lo todavía más importante que es desaprender viejas creencias… ¡Gracias, Lola! 🙂
Gracias Nuria! Yo creo que lo estás haciendo muy bien… 😉